Editorial: ¿Las revistas académicas construyen comunidades de conocimiento?
- On mayo 27, 2020
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Publicamos el editorial de la edición de enero-junio de 2020 de la Revista Colombiana de Ciencias Sociales, editada por la Universidad Católica Luis Amigó. Forma de citar este artículo en APA: Zuluaga-Quintero, D. A. (2019). ¿Las revistas académicas construyen conocimiento? Revista Colombiana de Ciencias Sociales, 11(1), pp. 16-21. https://doi.org/10.21501/22161201.3521
Recibir la invitación para hacer la editorial de este número de la Revista Colombiana de Ciencias Sociales implicó, en mi caso, hacerme la pregunta por los contenidos que debían tener este tipo de escritos. Por supuesto había leído muchas editoriales, pero nunca me había hecho tal cuestionamiento. Decidí entonces revisar las editoriales de las revistas que reposan en mi biblioteca. El primer resultado fue obvio: las editoriales no tienen una lógica particular, ni unos contenidos ineludibles. Era una información que implícitamente estaba en mi memoria, pero ante la responsabilidad de la invitación no quería dar pasos en falso y preferí regirme por la rigurosidad. El otro resultado fue hacerme consciente de que en medio de los libros que reposan en mi biblioteca tenía muchas revistas de carácter científico en los campos de la crítica literaria, la historia, la sociología y las ciencias políticas, entre otros. Revisar los índices, autores y temáticas de artículos me hizo pensar que la producción académica en el país es mucho más amplia de lo que imaginamos y que hay muchos sectores de la academia interesados en producir conocimiento. Pero lo que más me contrarió fue darme cuenta de que entre esas setenta u ochenta revistas de mi pertenencia solo había leído unos cuantos artículos y lo había hecho en casos particulares con el objetivo de desarrollar mis propias investigaciones. Lo anterior me llevó a preguntar por el papel de las revistas en el medio académico y educativo colombiano. La pregunta está asociada a un tema que ha sido de mi interés y que ha tenido en las revistas uno de sus objetos de estudio privilegiado. Me refiero a la historia intelectual. Estudiar las revistas –sean científicas, artísticas o culturales– permite entender los procesos históricos de conformación de las comunidades intelectuales, científicas, artísticas o políticas que definieron el rumbo y la legitimidad del conocimiento, de las ideas o de las estéticas en diferentes espacios. Las revistas son un objeto de estudio privilegiado para entender los procesos de producción, recepción, circulación y legitimación del saber; más aún si se tiene en cuenta que el conocimiento se desplaza en el tiempo y el espacio, pero también se conserva para la posteridad gracias a que tiene un conducto material que lo vehiculiza, como es la revista.
En Colombia asistimos a un escenario donde proliferan las revistas de ciencias sociales y humanas; revistas de antropología, politología, literatura (o más bien crítica literaria), sociología e historia, se han constituido en los últimos años como un elemento fundamental de las instituciones educativas. Todas las facultades en el área de las humanidades procuran cumplir con los estándares de calidad que les permitan estar bien posicionadas en el medio académico o en los rankings internacionales. De acuerdo con Colciencias, para la convocatoria 230 del año 2018, en el país había (incluidas las de ciencias exactas o experimentales) 3 revistas en categoría A1, 10 en categoría A2, 108 en categoría B y 156 en categoría C; este parece ser un dato positivo, pues hace veinte años escasamente se pensaba en los espacios de divulgación y circulación académica y eran muchos los profesores universitarios que pasaban su vida profesional sin escribir una línea. Hoy, cada una de las disciplinas de las ciencias sociales y cada uno de los profesores e investigadores parecen tener un espacio de legitimación en la producción científica, no solo por el reconocimiento en puntos salariales o el escalonamiento profesional, cuya forma varía de acuerdo con la universidad, sino por la legitimidad que da que su artículo esté registrado en los índices de medición especializados, lo que tiene como consecuencia ser legitimado por los pares académicos expertos en cada campo. Todo indica que la revista es un artefacto material o electrónico donde circulan las ideas científicas de una “élite” académica.
Ahora bien, ¿significa esto que las comunidades académicas y científicas del país están consolidadas y que cada revista tiene una red amplia de lectores en el ámbito nacional o local? ¿Ayudan las revistas colombianas clasificadas en Colciencias a posicionar una comunidad académica amplia en el ámbito internacional o nacional? ¿Hay un diálogo entre las comunidades académicas de cada región desarrollado por medio de artefactos de publicación periódica?
Hacemos estas preguntas pensando, por supuesto, en el deber ser de las revistas. Y el deber ser de las revistas está vinculado a sus orígenes. Desde que se consolidaron como impresos tenían un papel central en la sociedad, como medio de divulgación, recepción y circulación del conocimiento científico, artístico, literario o filosófico para las clases medias ilustradas emergentes. Las revistas están asociadas a los procesos de lo que Karl Manheim ha denominado la “democratización de la cultura”, es decir, “una pérdida de homogeneidad en la minoría gobernante” (Mannheim, 1963, p. 245). Esto significa que el control y el dominio de la información, de la “verdad”, son arrebatados a las minorías políticas o élites culturales cuando las clases medias ilustradas se hacen al control de la información por medio de publicaciones revisteriles que circulan en un formato más económico.
Desde el siglo XVIII se consolidaron las revistas en el mundo europeo y se constituyeron en un espacio de divulgación del conocimiento; fueron el medio más eficaz para establecer una comunicación entre las academias o salones literarios con un público más amplio entre las clases medias. Todas las instituciones de carácter científico (sociedades agrícolas, sociedades de utilidad pública y económica) querían superar las barreras de la incomunicación y darle un reconocimiento en el mundo social (dentro y fuera de las fronteras nacionales) a los nuevos descubrimientos resultado de la experimentación y la utilización del método científico. Las revistas fueron un espacio para crear opinión pública y expresar tensiones y discusiones en el campo de la ciencia y la política; fueron el espacio de circulación transnacional de las ideas y medios de diálogo entre la élite científico-académica y el público (Im Hof, 1993, pp. 130-135).
En América Latina se consolida un movimiento revisteril en las primeras tres décadas del siglo XX. No quiere decir que antes no hubiera revistas, sino que en este período se dan manifestaciones intelectuales más variadas, a la vez que una consolidación de las clases medias que consumían estos bienes simbólicos. Las revistas fueron un factor que contribuyó al proceso de democratización de la cultura al ser un medio de expresión, no solo de las élites, sino de los grupos sociales subalternos o de vanguardias literarias o políticas; fueron la posibilidad para que comunistas, socialistas o anarquistas tuvieran control sobre lo impreso y, a su vez, para que los grupos periféricos tuvieran acceso a la información. Pero, además, fueron un medio para construir las redes intelectuales de carácter continental y una comunicación entre los intelectuales peruanos, mexicanos, argentinos, colombianos, entre otros. Permitieron que la producción intelectual de carácter latinoamericanista circulara entre los centros culturales del continente (Buenos Aires o México) y ciudades más periféricas (Bogotá o Lima) y que hubiera espacios de recepción de la producción intelectual en los diferentes grupos sociales. Algunas revistas latinoamericanas emblemáticas del siglo XX fueron Amauta (Perú), Sur (Argentina), Universidad (Colombia), Repertorio Americano (Costa Rica) y la revista Claridad (con versiones en Chile y Perú), entre muchas otras; en estas publicaciones se desarrollaban los conflictos intelectuales y las disputas por el reconocimiento de las ideas y el saber, era el espacio para poner en la escena pública las nuevas tendencias.
Es por esto por lo que Aimer Granados ha llamado a las revistas “nodos-espacios” que permiten el establecimiento de lazos y redes culturales e intelectuales. Para este autor las revistas son la semilla de las “comunidades intelectuales” de las cuales pueden hacer parte los editores, los autores, los comités académicos y los lectores (Granados, 2012, pp. 9-20). Alexandra Pita González, por su parte, define las revistas como “soportes prácticos” de las redes intelectuales; para la autora, la publicación de un escrito en una revista determinada es un paso para establecer un diálogo intelectual y una serie de interacciones sociales que permiten la construcción de “estructuras de sociabilidad” gracias al intercambio de símbolos y de capitales culturales (Pita-González, 2016).
¿Perdieron las revistas su razón de ser o se perdió su labor pedagógica en la formación de un público lector? ¿Cuál es el interés de los estudiantes de pregrado del país en las diferentes áreas ante la expectativa del nuevo número de la revista de antropología o de historia? Por supuesto no tenemos la respuesta y muy posiblemente muchas revistas no tengan esta información, pero sí tengan información extraída de los índices de citación Scopus que mide el número de descargas (por países y regiones) y el número de veces que un artículo es citado. Pueden las revistas o autores hacer una valoración cuantitativa y se puede pensar en la trascendencia internacional de un artículo en los espacios académicos; pero no va más allá del número porque no se puede conocer el tipo de valoración que se hace en la citación. Es decir, en esos datos se pierde el diálogo académico que se da, por ejemplo, en otras revistas donde hay cartas al lector. A esto se suma el hecho de que el índice Scopus solo mide el impacto en las revistas que están dentro de su nivel, lo que lo hace un sistema excluyente. En este índice hay una información que está limitada a las revistas que están en una alta categoría; es decir que las revistas de calidad C no suman en el impacto que se le puede estar midiendo a las revistas de categoría A2; pero más importante aún, las revistas que están insertas en esta dinámica no tendrán tiempo o interés para preguntarse por la circulación de ese artículo en la dependencia académica o en un público inmediato más específico. ¿Cuál es la interacción entre los académicos y su “público más inmediato”? ¿Cuántos de los profesores universitarios conocen la producción académica del profesor que está en la oficina de al lado? ¿Cuál es el papel que juegan las revistas en el medio social colombiano? ¿Cómo identificar las “estructuras de sociabilidad” de las revistas clasificadas en las diferentes categorías? No implica lo anterior que no haya un público para la producción académica reciente; de hecho se han redireccionado las redes académicas, las cuales tendrán, posiblemente, un carácter suprainstitucional, supralocal y supranacional. Los grupos de investigación especializados tienen sus pares académicos en otras ciudades o países y muy posiblemente tengan puntos de encuentro en congresos y eventos académicos. Pero en este sentido las revistas se pueden convertir en espacios de consolidación de una élite académica cada vez más distanciada de las capas amplias de lectores.
Quizás esto se debe a la híper-especialización del conocimiento y al hecho de que cada rama del saber tenga líneas de investigación que deben estar representadas con la respectiva revista. Han desaparecido las figuras académicas centrales y con ello los focos de atención común se han dispersado a focos de atención especializados. Los comités académicos de las revistas no se reúnen a discutir los contenidos de las publicaciones y, muy posiblemente no se conozcan entre ellos; son, en muchos casos, un respaldo académico desde la distancia que busca darle un renombre a la publicación. También es difícil que los vínculos académicos se construyan cuando los autores publican aquí y allí (donde encuentren el espacio, sea Colombia o cualquier otro país del continente) y cuando no hay una regularidad que permita que un autor construya su propio público en tal o cual revista. El autor se convierte, en la mayoría de los casos, en un ente abstracto que ofrece información o un tipo de análisis que nos es fácilmente identificable con un movimiento o escuela académica.
Esto no quiere decir que se deba pensar la producción académica de manera negativa ni que ella deba llegar a todos los sectores de la sociedad. Simplemente queremos hacer un llamado sobre la imperiosa tarea que deben tener los directores de revistas de utilizar el medio para construir
los canales de comunicación académicas más allá de Scopus y buscar la manera de impactar al público inmediato de estudiantes de las facultades. Mejor dicho: estamos pensando en la utilidad social del conocimiento y en la tarea pedagógica de las revistas académicas. No hay que esperar a que los estudiantes devengan especialistas para despertar su interés por la producción académica de sus profesores; hay que superar la amplia brecha entre el mundo del conocimiento y el mundo social.
Hay casos excepcionales de estudiantes que desarrollan sus exploraciones siguiendo las últimas investigaciones, pero, como se ha expuesto, hay razones de peso para considerar que el sistema de indexación de las revistas va en contravía de pensar el conocimiento como consecuencia de lo que Randall Collins ha llamado “Rituales de interacción intelectual” (Collins, 2005, pp. 19-54), elemento fundamental para legitimar los movimientos intelectuales o académicos que dependen de los públicos lectores que, en últimas, se pueden convertir en “redes de transmisión de las ideas” (p. 60).
Por supuesto, todo esto es un debate no concluido. Es entendible que hay una diferencia entre las revistas que se mencionaron anteriormente, con un carácter cultural o político, y las revistas académicas. No se desconoce que tienen objetivos diferentes; las revistas académicas tienen interés por difundir investigaciones académicas, las otras no; muy posiblemente a través de las revistas especializadas o híper-especializadas se construyen redes académicas, pero las mismas tienen un carácter más impersonal y parecen más alejadas de los públicos lectores. Entonces, la pregunta queda abierta: ¿debemos preocuparnos por un deber ser de las revistas académicas en la línea de lo que se propone aquí?
Referencias
Mannheim, K. (1963). Ensayos de sociología de la cultura. Madrid, España: Aguilar.
Granados, A. (2012). Las revistas en la historia intelectual de América Latina: redes, política, sociedad y cultura. México: Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Cuajimalpa y Juan Pablo Editor.
Collins, R. (2005). Sociología de las filosofías. Barcelona, España: Hacer Editorial.
Im Hof, U. (1993). La Europa de la ilustración. Barcelona, España: Crítica.
Pita-González, A. (Comp.). (2016). Redes intelectuales trasnacionales en América Latina durante la entreguerra. México: Editorial Maporrúa.
Diego Alejandro Zuluaga Quintero*. Doctor en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana, México. Docente de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia. Pertenece al grupo de Estudios de Literatura y Cultura Intelectual Latinoamericana de la Universidad de Antioquia. Medellín, Colombia. Contacto: diego.zuluagaq@udea.edu.co
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